Ejemplos de Poesía Lírica
La poesía lírica es un género poético que se caracteriza por expresar sentimientos, emociones y estados de ánimo del artista. Es un tipo de poesía que se enfoca en la subjetividad y la introspección, y suele ser escrita en primera persona.
En la poesía lírica, el lenguaje utilizado se enfoca en las sensaciones, las emociones y los sentimientos, y se utiliza de manera figurativa para crear imágenes que permitan al lector o espectador experimentar lo que el poeta siente y desea transmitir.
- Ejemplos de los poetas más destacados de la poesía lírica son: William Shakespeare, Federico García Lorca, Pablo Neruda, Emily Dickinson, Walt Whitman, Gustavo Adolfo Bécquer, entre otros.
Los temas más comunes en la poesía lírica incluyen el amor, la naturaleza, la belleza, la muerte, la soledad y la melancolía. Los poetas líricos utilizan una gran variedad de recursos estilísticos, como la rima, la métrica, el verso libre, la aliteración, la asonancia, la metáfora, la sinestesia, entre otros, para crear una experiencia poética única.
Ejemplos de poesía lírica
- Esta mano viviente de John Keats
- Sobre la Muerte de John Keats
- El último amor de Fiódor Ivánovich
- Me dueles de Jaime Sabines
- “Al perderte…” de Ernesto Cardenal
- Romance del Conde Arnaldos
- Oda a su amante de Safo
- Oda a Afrodita de Safo
- Oda a una mujer rica, pero ignorante y desaliñada de Safo
- Carminum I, 30 – A Venus de Horacio
- Carminum I, 38 – A su esclavo de Horacio
- Yo no lo sé de cierto de Jaime Sabines
- Carminum I, 23 – A Cloe de Horacio
- El amor me quema de Íbico
- Demasiado viejo para amar de Íbico
- MUERTE, NO TE ENORGULLEZCAS de John Donne
- SEDUCCIÓN de John Donne
- Una imagen divina de William Blake
- Al sueño de John Keats
- La paloma de John Keats
Esta mano viviente, ahora tibia y capaz
De agarrar firmemente, si estuviera fría
Y en el silencio helado de la tumba,
De tal modo hechizaría tus días y congelaría tus sueños
Que desearías tu propio corazón secar de sangre
Para que en mis venas roja vida corriera otra vez,
Y tú aquietar tu consciencia —la ves, aquí esta—
La sostengo frente a ti.
¿Puede la Muerte estar dormida, si la vida es solo un sueño,
Y las escenas de dicha pasan como un fantasma?
Los efímeros placeres a visiones se asemejan,
Y aun creemos que el dolor más grande es morir.
Cuán extraño es que el hombre deba errar sobre la tierra,
Y llevar una vida de tristeza, pero que no abandone
Su escabroso sendero, ni se atreva a contemplar solo
Su destino funesto, que no es sino despertar.
Más tierna es la pasión, más temerosa,
cuando, fugaz, la vida ya declina…
¡Alumbra, luz, alumbra generosa,
último amor, aurora vespertina!
Se va poniendo oscuro el firmamento,
y sólo allá en el poniente hay en su manto
un resplandor errante. ¡Oh, momento,
prolóngame la vida con tu encanto!
No importa que la sangre no caliente,
si el corazón no pierde la ternura…
¡Último amor, ocaso refulgente,
eres solaz y eres desventura!
Mansamente, insoportablemente, me dueles.
Toma mi cabeza. Córtame el cuello.
Nada queda de mí después de este amor.Entre los escombros de mi alma, búscame,
escúchame.
En algún sitio, mi voz sobreviviente, llama,
pide tu asombro, tu iluminado silencio.
Atravesando muros, atmósferas, edades,
tu rostro (tu rostro que parece que fuera cierto)
viene desde la muerte, desde antes
del primer día que despertara al mundo.
¡Qué claridad de rostro, qué ternura
de luz ensimismada,
qué dibujo de miel sobre hojas de agua!
Amo tus ojos, amo, amo tus ojos.
Soy como el hijo de tus ojos,
como una gota de tus ojos soy.
Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme,
del suelo, de la sombra que pisas,
del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños.
Levántame. Porque he caído de tus manos
y quiero vivir, vivir, vivir.
Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido:
yo porque tú eras lo que yo más amaba
y tú porque yo era el que te amaba más.
Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:
porque yo podré amar a otras como te amaba a ti
pero a ti no te amarán como te amaba yo.
Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar,
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de san Juan
yendo a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar
las velas traen de seda
jarcias de oro torzal
áncoras tiene de plata
tablas de fino coral
marinero que la guía
diciendo viene un cantar
que la mar ponía en calma
los vientos hacen amainar
las aves que van volando
al mástil vienen posar
los peces que andan al fondo
arriba los hace andar.
Allí habló el infante Arnaldos
bien oiréis lo que dirá
«Por tu vida el marinero
díganme ahora ese cantar»
Respondio el marinero
tal respuesta le fue a dar
«Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va».
Lesbia, la dicha de los dioses prueba
ese mancebo, frente a ti sentado,
ese que goza de tu hablar suave,
de una sonrisa.
Mírolo ¡triste!; el corazón entonces
ríndese opreso; de repente falta
voz a mis fauces, mi trabada lengua
tórnase muda.
Súbito siento que sutil discurre
dentro en mis venas ardorosa llama;
huye la vista de mis ojos, zumban
ya mis oídos.
Toda me cubro de sudor helado,
mas amarilla que la yerba quedo,
tiemblo y, cercana de la muerte, exhalo
débil suspiro.
Hija de Jove, sempiterna Cipria,
varia y artera, veneranda diosa,
oye mi ruego: con letales ansias
no me atormentes.
Antes desciende como en otro tiempo
ya descendiste, la mansión del padre
por mí dejando, mis amantes votos
plácida oyendo.
Tú al áureo carro presurosa uncías
tus aves bellas, y a traerte luego,
de sus alitas con batir frecuente,
prestas tiraban.
Ellas del cielo por el éter vago
raudas llegaban a la tierra oscura;
y tú, bañando tu inmortal semblante
dulce sonrisa,
«¿Cuál es tu pena? ¿Tu mayor deseo
cuál?», preguntabas: «¿Para qué me invocas?
¿A quién tus redes, oh, mi Safo, buscan?
¿Quién te desprecia?»
«¿Húyete alguno? Seguirte presto.
¿Dones desdeña? Te dará sus dones.
¿Besos no quiere? Cuando tú le esquives
ha de besarte».
Ve, y me libra del afán penoso;
ven, cuanto el alma conseguir anhela
tú se lo alcanza, y a mi lado siempre,
siempre combate.
Cuando muerta yacieres,
de ti no quedará memoria alguna
en hombres ni en mujeres;
que tú no participas de ninguna
de las pierias rosas:
empero a las umbrosas
cuevas irás infame del Averno.
Ninguno ha de mirarte
volar de aquella estancia, y cual superno
meteoro mostrarte.
Oh, Venus, reina de Gnido y Pafos,
abandona tu Chipre tan querida
y acude a la adornada estancia
de Glícera, la que te invoca
con numeroso incienso.
Venga contigo el Niño ardiente
y las Gracias de talles desceñidos;
vengan las Ninfas y la Juventud,
que sin ti a nadie atrae;
venga Mercurio
Odio, niño, la pompa persa.
No me gustan esas coronas
tejidas con las hojas del tilo.
Deja de perseguir el lugar
donde aún florece la rosa tardía.
Solícito, procuro que nada añadas
al sencillo mirto. El mirto
te está bien a ti, que me sirves,
y a mí, que estoy bebiendo
al pie de la delgada vid.
Yo no lo sé de cierto, pero supongo
que una mujer y un hombre
un día se quieren,
se van quedando solos poco a poco,
algo en su corazón les dice que están solos,
solos sobre la tierra se penetran,
se van matando el uno al otro.
Todo se hace en silencio. Como
se hace la luz dentro del ojo.
El amor une cuerpos.
En silencio se van llenando el uno al otro.
Cualquier día despiertan, sobre brazos;
piensan entonces que lo saben todo.
Se ven desnudos y lo saben todo.
(Yo no lo sé de cierto. Lo supongo.)
Me evitas, Cloe, como el cervatillo
que por desviados montes busca
a su asustada madre, no sin vano
temor del aire y del follaje.
Si se agitan al viento las hojas del espino,
si los verdes lagartos hacen que cobren
vida las zarzas, siente miedo,
su corazón tiembla, y sus rodillas.
Y, sin embargo, yo no te persigo,
como un tigre feroz o un león Gétulo,
para hacerte pedazos. Solo quiero
que dejes de seguir a tu madre,
pues tienes edad ya de seguir a tu esposo.
En la primavera, los membrilleros
regados por las corrientes
de los ríos -donde está el jardín intacto
de las Vírgenes- y las vides
creciendo a la sombra de los pámpanos
florecen; pero el amor no duerme
para mí en ninguna estación,
sino que, igual que el tracio Bóreas por el rayo encendido,
lanzándose, enviado por Cipris,
en medio de una furia que lo agosta todo,
oscuro e intrépido, poderosamente desde el fondo
agita mis sentidos.
Otra vez Eros, mirándome lánguidamente
con sus ojos bajo párpados azulados,
con mil seducciones me empuja
dentro de la red inextricable de Cipris.
Le temo cuando lo veo acercarse
como un caballo sufridor del yugo, vencedor en los Juegos,
en su vejez, caminando de mal grado, con veloz carro entrando en carrera.
Muerte, no te enorgullezcas, aunque algunos te hayan llamado
poderosa y terrible, no lo eres;
porque aquellos a quienes crees poder derribar
no mueren, pobre Muerte; y tampoco puedes matarme a mí.
El reposo y el sueño, que podrían ser casi tu imagen,
brindan placer, y mayor placer debe provenir de ti,
y nuestros mejores hombres se van pronto contigo,
¡descanso de sus huesos y liberación de sus almas!
Eres esclava del destino, del azar, de los reyes y de los desesperados,
y moras con el veneno, la guerra y la enfermedad;
y la amapola o los hechizos pueden adormecernos tan bien
como tu golpe y mejor aún. ¿Por qué te muestras tan engreída, entonces?
Después de un breve sueño, despertaremos eternamente
y la Muerte ya no existirá. ¡Muerte, tú morirás!
Ven a vivir conmigo, y sé mi amor,
y nuevos placeres probaremos
de doradas arenas, y arroyos cristalinos;
con sedales de seda, con anzuelos de plata.
Discurrirá entonces el río susurrante
más que por el sol, por tus ojos calentado,
y allí se quedarán los peces enamorados,
suplicando que a sí puedan revelarse.
Cuando tú en ese baño de vida nades,
los peces todos de todos los canales
hacia ti amorosamente nadarán,
más felices de alcanzarte, que tú a ellos.
La crueldad tiene corazón humano
y la envidia humano rostro;
el terror reviste divina forma humana
y el secreto lleva ropas humanas.
Las ropas humanas son de hierro forjado,
la forma humana es fragua llameante,
el rostro humano es caldera sellada
y el corazón humano, su gola hambrienta.
Suave embalsamador de la rígida medianoche,
que cierras con cuidadosos dedos
nuestros ojos que ansían ocultarse de la luz,
envueltos en la penumbra de un olvido celestial;
oh dulcísimo sueño, si así te place, cierra,
en medio de tu canto, mis ojos anhelantes,
o aguarda el ‘Así sea’, hasta que tu amapola
derrame sobre mi lecho los dones de tu arrullo.
Líbrame, pues, o el día que se fue volverá
a alumbrar mi almohada, engendrando aflicciones;
de la conciencia líbrame, que impone, inquisitiva,
su voluntad en lo oscuro, hurgando como un topo;
gira bien, con la llave, los cierres engrasados,
y sella así la urna silenciosa de mi espíritu.
Una paloma tuve muy dulce, pero un día
se murió. Y he pensado que murió de tristeza.
¡Oh! ¿Qué le apenaría? Sus pies ataban un hilo
de seda, y con mis dedos lo entrelacé yo mismo.
¿Por qué morías, tú, de pies lindos y rojos?
¿Por qué dejarme, pájaro tan dulce? ¿Por qué? Dime.
Muy solito vivías en el árbol del bosque:
¿Por qué, gracioso pájaro, no viviste conmigo?
Te besaba a menudo, te di guisantes dulces:
¿Por qué no vivirías como en el árbol verde?